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 25 años buscando a Luis Mario Pino

El 28 de febrero de 1998 Luis Mario salió de su casa rumbo al barrio María Occidente en la ciudad de Popayán. Veinticinco años después su hija Aura María sigue buscándolo, enfrentándose al dolor, la incertidumbre y la revictimización de un Estado y una institución negligente.

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Representación de Luis Mario Pino Londoño. 

Ilustración por Wil (@sugugumi)

Febrero de 1998 

 

¡Riiiiing, riiiiing! El teléfono vuelve a sonar. Pasa un minuto y nadie contesta, las personas en la casa ya saben quién llama y por ello dejan que la llamada se pierda. ¡Riiiiing!, Alba Nidia Campo se levanta de la silla en la que está sentada y coge el teléfono: 

 

— ¿Aló?— en su rostro se forman varias arrugas, tal vez cansancio o preocupación. 

— Sí, pero ¿puede llamar en diez minutos?, gracias. 

 

Cuelga el teléfono, lo coloca en su lugar  y lleva una de sus manos a la frente. 

 

—¡Luis Mario!, volvieron a llamar, es la tercera vez … —su voz se pierde, va en camino al baño, en donde se encuentra su esposo tomando una ducha. 

 

Diez minutos después,  Luis Mario Pino toma el teléfono e inicia una conversación con quien está del otro lado de la línea. 

 

— Necesito más tiempo, solo logré conseguir lo que ya les pasé. 

—...

— Por ahora no tengo más dinero. Deme un plazo para conseguirlo. 

— …

— Si quiere nos podemos ver y hablamos. 

 

La otra persona respondió afirmativamente y acordaron encontrarse en el barrio María Occidente ese mismo día. El señor Luis Mario Pino Londoño ya estaba listo para salir, vestía  un pantalón oscuro y un buzo de rayas verdes y moradas; se despidió de su esposa e hija y salió el sábado 28 de febrero de su casa en horas de la mañana, y desde ese día, Aura María Pino, su hija, no lo ha vuelto a ver.  

 

Según la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD), en la ciudad de Popayán, desde 1948 a 2016, se registraron 192 casos de desaparecidos, de los cuales 165 corresponden a desaparición forzada. No obstante, el que estén registrados los casos, no equivale a que las víctimas hayan sido encontradas y mucho menos que estén en paz. 

 

Aura María tenía quince años cuando su padre desapareció, aunque era pequeña, recuerda que Luis Mario tenía una microempresa de zapatería y por ello recibía constantes llamadas en donde le pedían plata. Sin embargo, la familia tenía un crédito en el Banco Mundo Mujer, por esta razón no podía dar dinero a quien lo llamaba. 

 

— Mi papá no quiso darle plata a los grupos armados y por eso lo mandaron a matar — afirma Aura. 

 

Marzo de 1998 

 

Cuando la familia de Luis Mario quiso poner la denuncia, la respuesta fue que debían esperar  primero setenta y dos horas; un día de angustia e impotencia, dos días de ansiedad insoportable, y por fin, el 3 de marzo dejaron en manos de la Fiscalía el caso, con la esperanza de que pudiera ayudar a encontrar a Luis.

 

Tiempo después llegó un correo de parte de la Fiscalía en el cual daban aviso sobre quién iba a llevar el caso, ese fue el único apoyo que la entidad brindó a la familia, luego de ello no volvieron a escribir. Luis Mario no volvió a su hogar, los días se volvieron más largos y cada noche, Aura y su familia se llenaban de incertidumbre y anhelo. 

 

—¿En dónde estará? O mejor dicho…¿estará bien?— se pregunta en voz alta la esposa de Luis Mario. 

—¡Noooo, papá!— se escuchá a lo lejos la voz de una de las hijas de Mario. 

 

La madre de Aura está sentada en una silla del comedor, tiene los ojos cerrados, sus manos sobando su frente y suspirando cada tanto, voltea para ver entrar a Aura al comedor, los ojos de la niña están hinchados y rojos. 

 

Aura y Luis eran muy unidos, por eso la mayoría de las noches la niña soñaba con su padre, y a raíz de la insistencia de sus sueños, creció su fuerza para buscarlo. A pesar de ello, el tiempo pasó y con él los meses; la angustia de no saber dónde estaba o qué le había pasado crecía más y más. 

 

En varias ocasiones algunos conocidos le decían a la familia que habían visto a Luis Mario en la calle como un indigente, otras veces que lo veían en la galería de El Uvo, luego que en un algún barrio y así. La familia recorría de arriba a abajo Popayán, El Tambo, el Huila y otros lugares donde se suponía lo habían visto, varias veces recorrieron estos lugares a pie y siempre encontraron las mismas respuestas:   

 

—No lo he visto. 

—No sé quién es. 

 

19 de octubre 2023

 

Veinticinco años después, Aura está sentada en un comedor, escucha una pregunta, sus ojos se centran en la persona que tiene enfrente pero su mirada se pierde en un lugar lejano en el que recuerda a su padre; al momento de hablar, sus dedos juguetean sobre la mesa, cuando su voz desvanece sus manos no pierden el ritmo, siguen bailando, arriba abajo 1, 2, 3… Luego de una pausa sigue hablando: 

 

—Hasta el día de hoy, cuando voy caminando y me encuentro con algún indigente, yo digo: 

¡Ay no! ¿Será ese mi papá? Yo lo quedo mirando y hasta que no lo mire bien no me voy, entonces pues uno lleva esa zozobra que de pronto él está por ahí vivo y aparezca —hace una pausa . 

 

—Mi mamá nunca ha perdido la esperanza, pero no… yo como hija, siento que no, que a él lo mataron — dice Aura. 

 

Últimos meses del año 1998 

 

Pasaron los meses, el dolor y el sufrimiento siguieron intactos pero no era lo único con lo que debía luchar la familia. Con la desaparición de Luis, todas las deudas que tenía pasaron a ser de su esposa. Además, a la familia llegaron llamadas amenazantes por haber hecho la denuncia de desaparición. 

 

— Usted llega a decir algo y verá lo que le pasa. 

— Si no da la plata, las cosas van a quedar muy mal. 

— Quédese calladita. 

 

Ahora no solo debían luchar contra la incertidumbre,  también contra el miedo, pues las llamadas iban en aumento y cada vez eran más amenazantes, hasta cierto día. 

 

— Un día llegaron a robarnos a la casa. 

 

No hay una fecha exacta, Aura recuerda que pasados unos meses de la desaparición de su padre, unos hombres entraron a su casa, se llevaron las máquinas de la zapatería, computadores, dinero y cada uno de los folders que Aura y su familia habían reunido sobre el caso de Luis. 

 

—La denuncia que mi mamá había puesto, el código que en la fiscalía nos habían dado, varios papeles importantes más, no nos dejaron absolutamente nada sobre él. 

 

Papeles que en su momento no echaron de menos pero que serían muy decisivos para el futuro. 

 

Debido a las distintas circunstancias, la familia decidió salir de Popayán y buscar una nueva vida en Cali. Lastimosamente las cosas no mejoraron y por ello debieron volver a Popayán. A causa del crédito con el banco perdieron la casa y cuando volvieron de Cali, tuvieron que vivir en arriendo.  

 

— Poco a poco tratamos de salir adelante. 

 

Año 2004: revelación

 

—Búsqueme, búsqueme, búsqueme hija. 

 

Alrededor de seis años después Aura comenzó a tener sueños otra vez. La diferencia radicó en que esta vez ella estaba grande. No solo eran sueños, sino revelaciones; empezó a tocar puerta por puerta, además decidió ir a la Fiscalía y averiguar qué había pasado con el caso de su papá y grande fue la sorpresa que se llevó. 

 

—Nos dijeron que mi mamá nunca había puesto denuncia, que no aparecía ningún desaparecido con el número de cédula. 

 

Como la familia ya no tenía los folders con la información sobre su padre, no les quedó de otra que reiniciar nuevamente todo el proceso. Ir y colocar la denuncia y luego la demanda en  la Fiscalía.  

 

Año 2020: seguir luchando

 

Antes de la pandemia Aura volvió a revisar el caso y se encontró con que lo habían archivado. La solución de la Fiscalía fue asignar un nuevo fiscal. Aura le contó todo lo que les había sucedido, pero su respuesta fue muy cortante, según él, ya no se podía hacer nada por el tiempo que había transcurrido. Pese a ello, Aura le insistió y a cambio recibió:

 

—¡Ayyy! yo no sé, ya no se puede hacer nada.

 

La manera en que la trató la hizo sentir muy mal, al punto de querer llorar. 

 

— Para usted no se puede hacer nada, pero para mi Dios todo es posible. Yo voy a remover cielo y tierra hasta que vuelva a abrir la demanda otra vez.   

 

Llegó la pandemia y Aura tuvo que enviar su denuncia por la página oficial, pero no obtuvo respuesta. En el 2021 volvió a las instalaciones y seguía sin aparecer demanda alguna. Impotencia. No hay otra palabra para describir lo que Aura sentía, por ello la decisión de ir a la Fiscalía Especializada y es en donde le recomiendan hacer un derecho de petición.

 

 —Yo juré que lo iba a encontrar y todo se lo dejo a Dios porque él es el único que hace justicia. 

 

19 de octubre 2023

 

—Se supone que ya le dieron el caso a una fiscal, pero hasta ahora nunca me han llamado y ya han pasado tres años; me toca ir yo misma para saber como va con el caso.  En la fiscalía nunca le dan la mano a uno, menos mal mi Dios me envió la Unidad de Búsqueda de Personas  dadas por Desaparecidas que para mí, han sido angelitos caídos del cielo

 

Año 2020: esperanza

 

Después de tanta ineficiencia por parte de la fiscalía, Aura dio con el número de la UBPD por comerciales de televisión. 

 

— Siempre que pasaba la propaganda me hacía falta un numerito, entonces yo siempre la iba copiando, cada que la pasaban, hasta que lo tuve. 

 

Se contactó con ellos y a los veinte días se inició su proceso. La unidad no solo la orientó sobre qué hacer, dónde ir, qué decir, sino también monetariamente y con todo el papeleo que ha tenido que entregar en la Fiscalía. 

 

Por otra parte, desde que está con la Unidad, ha conocido a otras personas que pasan por lo mismo y desde su posición intenta apoyarlos; fue de esta manera que conoció a un fiscal que le ayudó a descubrir un nuevo dato sobre su padre: 

 

—Me pidió la cédula de mi papá y al hacer la búsqueda, me dijo que mi padre había tenido una retención del Estado, como yo no sabía qué era eso, le pedí que me explicara, y me dijo que él había estado en la cárcel durante veinte años y que hace un par de años, él ya estaba libre. 

 

Aura inició una búsqueda para encontrar la cárcel en la que estuvo su padre, sin embargo, por más cárceles y sistemas que recorrió, nunca encontró información que comprobara si  había estado detenido. Según orientación que recibió Aura, a su padre lo hicieron pasar como falso positivo.  

 

—Eso nos dijeron, que esto era lo que normalmente hacían con estos desaparecidos. Matan a las personas y luego los reseñan. 

 

19 de octubre de 2023

 

Aura María mira fijamente a quien la está escuchando. Sus manos ya no se mueven, esa última palabra ha dejado un dolor. Sus ojos están rojos, su mirada es fuerte pero triste. Toma una respiración profunda y sus dedos vuelven a danzar sobre la mesa.

 

 — A uno como familia le toca hacer las averiguaciones uno mismo de los desaparecidos y buscar a las personas para que lo ayuden a uno e ir y buscar a los fiscales, sino uno va, nunca responden. La ley y la fiscalía no hacen nada por ayudar, ellos solo esperan que uno les cuente el relato y ya, solo mandan mensajes y lo hacen es esperar para nada. 

 

Año 2021: la llamada

 

—¡Ring, ring, riiiiiiing!—Aura contesta el teléfono. 

—Busque a su papá porque él no está vivo, está muerto y está enterrado por los lados de Totoró. Él está debajo de un palo de pino por la virgen.

 

Un hombre no identificado llamó a Aura María para darle coordenadas sobre el paradero de su padre. Con esta información Aura acudió a la Unidad de Búsqueda en marzo de 2022,. Aura y la UBPD se desplazaron al lugar señalado, hicieron algunos estudios y le tomaron pruebas de ADN. Como el lugar se encontraba cerca a una carretera, la tierra se mezcló con algunos escombros. Era más complicado dar con los resultados porque al parecer no solo es el cuerpo de su padre el que se supone estaría ahí enterrado. 

 

19 de octubre de 2023

 

Aura Maria Pino baja las manos de la mesa, las coloca sobre su regazo, levanta su cabeza y mira directamente a los ojos de quien la está escuchando, antes de comenzar a hablar. Afirma varias veces con su cabeza y a medida que va hablando reafirma su fortaleza: 

 

—Yo solo quiero encontrarlo y descansar y dejar lo demás a Dios y que él sea el que juzgue. Pero lo que sí pienso es que a nosotros los familiares de los desaparecidos nos hace falta más información de saber que hacer en estos casos, por que si yo hubiera sabido, las vueltas que hubiera hecho eran sobre los ‘falsos positivos’. También tener más seguimiento por las entidades, porque uno como familiar empieza a buscar, pero es peligroso porque después de un punto en que empezamos a tener información, debemos de quedarnos callados o podemos también llevar del bulto.

 

Después de veinticinco años, la búsqueda parece acercarse a un final. La familia de Luis Mario Pino espera que en noviembre del presente año se pueda comprobar si uno de los cuerpos es el del padre.  Sin embargo, realizar la excavación requiere de muchos permisos, la presencia de Derechos Humanos y Cruz Roja Internacional. Además los funcionarios están próximos a salir a vacaciones y el proceso podría quedar para el próximo año. Una cosa es clara: Aura María no dejará de luchar hasta que todas las piezas del rompecabezas se unan y Luis, padre, hijo, esposo y amigo pueda descansar.

Desaparición, injusticia e impunidad

Fotografía de la familia de Narly Gómez tomada por:  Mariana Rincón

Mientras mi familia y yo observábamos el minuto a minuto de varias cámaras de seguridad de algunos sectores de Popayán, nuestros ojos confirmaban lo que serían los últimos momentos en los que se vio a mi hermana Narly Gomez Jimenez. 

 

En la parte superior izquierda de la pantalla vemos claramente la fecha del día de grabación:  es lunes 27 de enero del 2020. Al lado se ve la hora: son las 11:47, la cámara registra como mi hermana y su hija pasan caminando de la mano. 

 

En ese momento mi hermana lleva una blusa blanca, jeans azul oscuro, sandalias altas color mostaza, bolso color beige y verde. Mientras que mi sobrina tiene una blusa rosada, sudadera negra, zapatos blancos y un pequeño saco de color azul que se balanceaba en su mano con cada paso que daba.

 

Al transcurrir el video, con cada imagen que pasa y cada segundo que avanza; nuestra angustia aumenta y al mismo tiempo aparecen más y más preguntas, ¿Dónde están? ¿qué les pasó? ¿Por qué no regresan?

 

Tres días después de la desaparición de mi hermana; el miércoles 29 de enero y en horas de la mañana, otra de mis hermanas recibe una llamada a su número de celular. ¡Ring, ring! Al ver su pantalla nota que era Heber Johany Muñoz Imbachi, el ex esposo de nuestra hermana Narly. Él era soldado profesional y llevaba trabajando entre diez y once años en el ejército. 

 

— ¡Alo!

 

— Hola, hágame el favor de darme el número de Narly, yo sé que ella cambió de número, pero no me lo quiso dar. Es para hablar con mi hija. 

 

— Ella no ha cambiado de número, nosotros no sabemos dónde está…

 

En medio de la conversación, mi hermana escucha al fondo, la voz de la niña. Estaba jugando y algo le preguntaba a su padre. 

 

— ¿Por qué dice que es para hablar con la niña? ¿la niña no la tiene usted? ¡La acabo de escuchar! Heber… ¿Usted dónde está?

 

— Estoy en Guachicono. 

 

— ¿Por qué tiene a la niña con usted por allá? ¿Dónde está Narly? Hace tres días que no sabemos nada de ella. 

 

— ¡Mmm! Yo soy su papá, y puedo estar con ella. 

 

Inmediatamente Heber cuelga la llamada y la conversación termina. Sin esperar a que el tiempo transcurra, mi hermana nos informa sobre la extraña llamada, por lo que con esa información, me dirijo a la Fiscalía esa misma tarde y pongo una denuncia por desaparición. 

 

De manera inmediata la Fiscalía nos asignan un investigador, él se contacta cuanto antes con Heber para saber su versión de lo que ocurrió. Herber le comenta que en la tarde del lunes 27 de enero, él se encontró con mi hermana Narly para ir a ver un lote a una zona llamada el Arado en Timbío; de ahí, se dirigieron a Túnel Bajo a ver otro lote. 

 

Heber dice que mientras estaban ahí, mi hermana recibe una llamada y ella le dice que la espere un momento, que le tenga a la niña que ya viene. Pero, no regresa más.  Con esta primera versión, el investigador le hace una citación a Hebert para que el viernes 31 de enero se presente a la fiscalía a dar la declaración oficial de lo que pasó con mi hermana Narly. 

 

Mientras esperábamos el día de la citación para ver qué pasaba con la versión de Heber. Como familia de Narly, decidimos empezar a buscar por todos lados, pues en esos días, nos llamaban mucho a decirnos:

 

— Vengan a buscarla que la vimos por acá. 

 

Y también.

 

— La vimos en otro lugar.

 

Nosotros corríamos de un lado a otro; obviamente desesperados, porque nosotros íbamos a bomberos, a la policía, a la defensa civil, buscando cámaras en la terminal, en un lado y en otro. Pero, en realidad no encontrábamos la ayuda que nosotros necesitábamos.

 

También empezamos a buscar acá en Popayán con los amigos, en La Sierra también y en Guachicono. Con todo este recorrido, logramos mover varias zonas en esos días, y así pudimos saber varias cosas. 

 

Entre estas, nos dimos cuenta que Heber había intentado regalar a la niña a su cuñado y a su hermana. Pero, la reacción de ellos fue solicitarle que les dejase un documento donde se demostrara que Narly estaba de acuerdo con eso. Cuando Haber escucha esta respuesta, él les dice que mejor dejen así. Por lo que el día jueves 30 de enero, él baja de Guachicono con la niña, donde efectivamente la tenía. Y la deja con su mamá. Ella vive en la misma vereda donde nosotros vivimos, en Palo Grande, en La Sierra.

 

Ese mismo día, una de mis hermanas fue a visitarlo a la casa de la mamá de él para pedirle que firmara la citación de la Fiscalía, la respuesta de Herber ante la solicitud de mi hermana fue cortante y desafiante.

 

— Y si no la firmo, ¿qué? 

 

Por unos segundos hubo un silencio incómodo…  Sin embargo, Heber terminó firmando la citación que mi hermana le llevó; de hecho yo aún sigo conservando el documento como prueba. 

 

El día siguiente, o sea el viernes 31 de enero del 2020, Heber debía de presentarse a declarar, pero nunca llegó. Luego, de parte de la Fiscalía fueron a buscarlo a la casa pero Heber ya no estaba. Frente a estos hechos, hay gente que tiene sus opiniones. Personas que piensan diferente, de ellos hemos recibido varios comentarios donde nos dicen cosas como: 

 

—  Bueno, y ustedes ¿por qué no lo cogieron? ¿por qué no le hicieron esto, o lo otro?

 

— Ustedes no querían a su hermana. dejaron pasar mucho tiempo.

 

Y cosas así.

 

Pero es que, eso no es así. Nosotros queríamos saber dónde estaba mi hermana y para eso nosotros habíamos hecho una denuncia. Se suponía que era la Fiscalía la que debía de actuar, por algo ellos son la autoridad, o, eso era lo que esperábamos nosotros, que actuarán. Pero pues, hasta el momento no… No, nunca actuó.

 

Hubo mucha negligencia de parte de la Fiscalía incluso desde mucho antes, pues mi hermana Narly ya había pedido ayuda. El día jueves 19 de diciembre del 2019, mi hermana le había puesto una demanda a Heber por maltrato intrafamiliar.

 

De hecho, recuerdo que mi hermana me contó cómo este hombre la había golpeado y como los vecinos la habían defendido. Pero, cuando llegó la policía, bastó con que él mostrará su tarjeta militar para que los policías no hicieran nada al respecto y se fueran. Recuerdo cuando me dijo:

 

  • —  Y ¿para qué la demanda? Si vea… los vecinos me defendieron y llamaron a la policía. Pero, cuando llegaron, Heber les paso el carnet y le dijeron “¡aaah no!, váyase.” Y no pasó nada.

 

De hecho fue ahí como todo empezó. Pues al ver la situación que mi hermana estaba pasando yo fui hasta la vereda y me la traje para la casa. Después de eso, mi mamá también vino a cuidarla para no dejarla sola y fue ahí, cuando nos empezamos a dar cuenta de que Haber siempre la llamaba para que salieran.

 

— Vea, le compre unos zapatos. 

 

Ella siempre le decía que no.

 

— Vea, vamos a bailar. 

 

 Y así pues, como tratando de hacer que ella saliera con él, pero ella le decía que no. 

 

El domingo 19 de enero del 2020,  mi mamá se fue para La Sierra porque tenía una reunión a la que no podía faltar. Pero, antes de eso, ella le había dicho a mi hermano menor que viniera para que la acompañara. 

 

Mi hermano no alcanzó a viajar ese mismo domingo, entonces se madrugó y llegó el lunes 20 enero. 

 

Mi hermano menor y Narly se vieron en horas de la mañana, los dos acordaron encontrarse de nuevo más tarde; pues mi hermano tenía que ir a una entrevista de trabajo. Ya que, si le salía el trabajo, se quedaba viviendo con ella acá, para acompañarla. 

 

Narly, por otro lado, tenía que salir a hacer un par de vueltas del estudio de la niña y de ella, por lo que pasaría por el Parque Informático para inscribirse, porque mi hermana quería terminar su bachillerato. 

 

Es así como después de que cada uno coge su destino, ellos empiezan a comunicarse en el transcurso de toda la mañana por medio de Whatsapp. La última vez que mi hermano le escribió a Narly, fue a eso de la una de la tarde. 

 

—  ¿Dónde estás?

 

—  En la Esmeralda, estoy haciendo unas vueltas y de ahí me voy para el parque informático a inscribirme.  Ahora nos vemos en la casa y me acompañas a ver unos lotes. 

 

—  Bueno. 

 

Justo en ese momento mi hermano menor se dirige a la casa. Pero, cuando entra a la casa, mi hermana Narly no está. Entonces la empieza a llamar, y es ahí cuando se pierde el contacto… Pues ella ya dejó de responder, y de ahí… Ya no volvimos a saber nada de mi hermana.

 

En los videos de seguridad vimos que mi hermana Narly pasa a las once de la mañana por los sectores del Obando para llegar al colegio Jhon F Kennedy, donde iba a hacer las vueltas de mi sobrina, se ve claramente cómo ella va entrando al colegio.  Luego, como a medio día va a la galería de la Esmeralda y por último, más o menos a la una de la tarde ella llega al parque informático. 

 

Unas semanas después, mientras mi mamá y yo buscábamos en unos papeles de la Fiscalía, encontramos un número en un papelito que decía “Apoyo a familiares” o algo así. Era un número que la misma entidad nos había dado, pero entre tanta cosa, se nos había olvidado. 

 

Llamamos a ese número, y ahí fue cuando conocimos a doña Margot, de la fundación ASFUPAZ. Nosotros le contamos todo lo que había pasado, le contamos que mi hermana aun no aparecía, y que teníamos muchas cosas que la Fiscalía no nos quería recibir. Doña Margot, muy amablemente, nos contactó con una abogada y ella nos empezó a indicar cómo debíamos de hacer las cosas.  

 

La abogada se encargó de enviar el caso de mi hermana a  la Comisión Interamericana, donde  las medidas cautelares salieron a favor de Narly y de la niña.  Fue gracias a ese proceso, que la Fiscalía empezó a recibirnos todos los papeles y evidencias que teníamos, y que consideramos que podrían ayudar en el caso de la desaparición de mi hermana. 

 

Recuerdo que en todo este proceso de entrega de papeles nos demoramos más de una semana; yo me la pasaba todo el día y todos los días en la Fiscalía entregando cosas. También tuvieron que ir mis hermanos. O sea, toda la familia fue y uno por uno fue declarando lo que sabía para poder dar con mi hermana. Pero, la institución no actuó, sentimos que ellos omitieron mucha información.

 

Dos meses después de la desaparición de mi hermana, o sea en Marzo del 2020, llegó la pandemia y nadie podía salir. Esto para nosotros fue terrible. Pero, aun así, nosotros empezamos una búsqueda en una parte donde nos dijeron que la habían visto. 

 

Nos reunimos todos a buscar en ese lugar; venían personas conocidas de la vereda de allá de Palo Grande. En los primeros días vino bastante gente, luego nos fuimos quedando más solos, más solos y pues ahora último… Bueno, ya casi van a ser 4 años. Nosotros buscamos, re buscamos, volvimos y buscamos. Pero no fue posible encontrar nada.

 

Recuerdo que la Fiscalía se pronunció al respecto y nos dijo que iban a hacer una investigación intensiva allá, pero solo fueron dos veces. Esto es muy frustrante, porque como familia, desde el inicio hemos esperado que la entidad haga una triangulación del sector, o que de pronto ubiquen otro lugar, o que, por lo menos nos digan si estamos buscando bien o no. Nosotros como familia, ¡queremos saber qué pasó con mi hermana, es por eso que seguimos luchando!

 

Como hermana de Narly y siendo la persona que ha estado siempre organizando todo, llevando papeles, viajando, yendo y viniendo. No entiendo por qué la Fiscalía nunca ha actuado a tiempo. Pues durante varios meses yo había estado luchando por que a Heber le saliera la orden de captura, pero cuando por fin salió, ya era demasiado tarde. 

 

Nueve meses después de la desaparición de mi hermana, o sea a mediados de octubre del año 2020. Cuando por fin sale la orden de captura para Heber Muñoz, extrañamente dos semanas después, el cuerpo de Heber aparece muerto y en estado de descomposición en el municipio de Argentina, en el Huila. 

 

Heber había sido asesinado por un hombre que trabajaba con él, y al parecer, este personaje se  había enterado que al ex marido de mi hermana le iba llegar una suma de dinero de la venta de la casa donde vivió por varios años con mi hermana, y al robársela, lo mató. 

 

Yo nunca vi el cuerpo. Los que fueron a hacer el reconocimiento fueron sus familiares, quienes aseguraban de que si era él. Pero, para mi no fue tan fácil creer que fuera Heber, porque todo fue muy extraño, ¿si? Todo pasó muy rápido. 

 

Primero no le querían dar la orden de captura, y después aparece muerto. Y a parte de todo, no querían hacerle la exhumación para confirmar sí era él. Esta exhumación la logré un año después de su muerte, por medio de varias tutelas y hasta hace más o menos unos veinte días, tuvimos una reunión con la Fiscalía donde nos confirmaron que sí era él; pero imaginense toda esa espera, para obtener una respuesta. 

 

Aun así, nosotros hasta el momento aun estamos sin saber que paso con mi hermana Narly y esa es nuestra lucha, queremos encontrar a los posibles culpables, o a los que hayan tenido que ver en su desaparición, o que hayan colaborado en lo que pasó. Queremos encontrarla, porque pues hasta que eso no suceda, no vamos a tener tranquilidad.

“Yo sé que él está vivo”: el relato de una madre buscadora

En el municipio de El Tambo, M. R. una mujer de cincuenta y tres años, espera el regreso de su hijo, quien salió de casa el 17 de noviembre de 2003, rumbo a Huisitó, veinte años despes, el anhelo por volver a tenerlo entre sus brazos sigue intacto.

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Representación de Marta y su hija Andrea
Ilustración por Wil: @sugugumi

Es día de mercado, la mayoría de los tambeños están alrededor del parque principal, no hace mucho que sonó la campana para dar por terminada la misa del medio día. A lo lejos se escuchan las risas de un par de amigas, los llamados del chofer de la buseta que está próxima a salir: “¿para Popayán?”; un niño que corre tras su madre, resbala y un fuerte chillido escapa de él, la madre voltea a verlo y lo levanta en brazos. 

 

Una mujer de aproximadamente cincuenta y tres años observa la escena, su mirada se pierde entre los mimos de la madre e hijo frente a ella; cierra los ojos por unos segundos y cuando vuelve a abrirlos, empieza a caminar. Unos pasos más allá, la figura de un hombre conocido se acerca a ella, es su amigo Manuel, con el que hace un tiempo no ha hablado. 

— Bueeeeeeeenas doña Marta*, ¿cómo ha estado?—Manuel coloca un brazo encima de los hombros de la mujer. 

—Bien, sí señor, ¿usted qué tal? 

—Bien… trabajando, pero contame, ¿qué hay de tu familia?— el hombre la mira fijamente— ¿qué has sabido de tu hijo, de Duban? 

—Mirá que nada, oís. 

—Mmmm, mirá que yo lo miré en un punto de San Juan de Mechengue. 

Marta abre sus ojos, un brillo que hace mucho no destellaba en ellos aparece.

—¿Cómo así?  

—Sí, mirá que ese man está…  Eso ha crecido mucho y está fornido — ahora hay esperanza en los ojos de la madre— parece que ya tiene como un hogar —hace una pausa— yo creo que él ya tiene esposa, sino que yo lo miré así de pasón, lo saludé y todo.

La respiración de Marta empieza a acelerarse, pareciera que su corazón se va a salir de su pecho en cualquier momento, una pequeña sonrisa surca sus labios.   

—¿Verdad? No pero si de pronto volvés a ir por allá, haceme el favor y me le entregás los números de teléfono.   

La conversación siguió unos minutos más y luego de un corto abrazo, Marta se despide y comienza a caminar hacia su casa. 

 

—Eso ya hace cuatro años—un tono triste resuena en la sala.

Las manos blancas, pequeñas y delgadas de Marta empiezan a juguetear la una con la otra mientras recuerda la última vez que alguien le dio pistas sobre su hijo. Los dedos índice, corazón y anular de la mano izquierda son encarcelados en la mano derecha y sobre ellos va y viene el pulgar, a veces chocan los meñiques; abre y cierra los dedos y vuelve a la misma posición, pasado un tiempo mueve sus piernas o observa las paredes de la sala, finalmente toma un suspiro profundo y retoma la charla: 

 

— Manuel se fue, pero por allá también fracasó él y lo mataron— se corta su garganta, un nudo tal vez, traga saliva— nunca supe si entregó los números o no.  

 

***

Marta se encuentra sentada en el sofá de su casa, su hija menor, Andrea, la acompaña. De vez en cuando le agarra un hombro a su madre, la mira e intenta completar algunas palabras que su madre no puede responder. A la derecha de la madre e hija, una fotografía resalta del resto: un chico, piel clara, ojos pequeños, cabello castaño y no mayor a dieciséis años las mira fijamente. 

 

—Era un muchacho muy inteligente, honesto, risueño, juicioso, muy trabajador él. 

Andrea mira atentamente a su madre, una pequeña sonrisa se escapa de sus labios cuando Marta menciona el apodo con el que los amigos de su hermano lo molestaban. 

—Longaniza— estallan las carcajadas, la hija incrédula niega el apodo, pero Marta responde— sí por lo flaco. 

Las dos mujeres hacen una pausa, tristeza y añoranza cubren el lugar, pero con un pequeño ademán Marta sigue hablando. 

—Duban era el mayor, era muy chistoso, a veces salía con unas pendejadas que le hacía dar risa a una y pues él vivía era con los abuelos.

La relación entre ellos era buena, sin embargo Duban se encontraba en plena adolescencia y por ello cuando uno de sus amigos le dijo que se fueran para Huisitó, él aceptó y salió de su hogar.   

— Los muchachos a esa edad hacen travesuras y piensan que todo lo que hacen está bien hecho, se consiguen unos amiguitos que por ratos son como torcidos o tienen sus vicios y pues así, un amigo se lo llevó para Huisitó.
 

Huisitó es un corregimiento en El Tambo, actualmente queda a hora y media de la cabecera municipal, sin embargo, para el año 2003 la carretera no se encontraba en su mejor condición, lo que hacía que las personas la recorrieran en tres horas por lo menos. Por otra parte, Huisitó sigue siendo estigmatizada como una de las tantas zonas rojas de Colombia, olvidando la diversa cultura y biodiversidad que caracteriza el territorio y en su lugar, se mantienen vivos los recuerdos de las disputas entre las Farc y el ELN en los años setenta y dos mil; hoy veinte años después, el territorio sigue contando con la presencia de grupos armados, el frente de disidencias de las Farc, Carlos Patiño, para ser exactos.  

 

—Él se fue muy niño, lo único que se llevó fue un registro civil —Marta cierra los ojos.   

 

El 17 de noviembre de 2003, Duban salió de la casa de sus abuelos rumbo a Huisitó. En el corregimiento estuvo trabajando en una finca, mantuvo contacto con su madre por un año, antes de cumplir el año se fue para otra vereda y ahí celebró junto a su madre, hermano y hermana el que sería el último cumpleaños juntos. 

 

***

— Pasaron días y días, se cambió de trabajo y ya—silencio— fue lo último que supe de él.   

EL 31 de diciembre del 2004 Marta y su hija fueron a la vereda La Paz, el último lugar donde algunas personas del sector le decían que tal vez lo podía ver : “baje ahí, es un punto central y puede que su hijo baje a bailar”. 

Con los ojos rojos, una lágrima a punto de caer, su rostro mirando sus manos, y sus pies moviéndose al compás de sus palabras:

 

 — Nunca lo miramos, estuve bajando a Huisitó con fotos de él, preguntando pero nadie, nadie me daba razón. 

 

Un silencio inunda la sala, no hay mayor sonido que el de las respiraciones, la madre se pierde en el recuerdo y Andrea se mueve un poco en el sofá.  

 

 —Yo estaba muy niña, pero recuerdo que a las fincas donde estábamos él iba, compartíamos, jugábamos y así, cosas de niños. 

 

La diferencia entre Duban y Andrea era de siete años, sin embargo ella era su favorita. No consentía nada con su niña, siempre salía a la defensa de su hermanita y no dudaba en salir a su favor cuando la veía en problemas.

 

  —Se siente bastante la ausencia de él pero una no se puede quebrar porque tiene que darle mucho aliento a mi mamá. Ahora que yo soy mamá, uno sabe que eso tiene que ser demasiado difícil, uno tener un hijo y no tener razón de él— la hija de Andrea se acerca, se sube en sus piernas y le regala un abrazo que no sólo reconforta a su madre, a la abuela también. 

 

Marta carraspea un poco. 

 

—Lo busqué mucho tiempo, iba a las fincas, pero nadie daba razón de él, fui a los lugares en donde estaba trabajando y como nadie me decía nada, de la angustia yo les decía a los trabajadores:

— ¡Por favor diganme!, ¿qué pasó con él, dónde está, lo han mirado? 

—Vea ahí está el patrón, vaya y hable con él. 

 

Por más riesgos, peligros, puertas, veredas y corregimientos en los que buscó, doña Marta no dió con el paradero de su hijo. 

— Hasta que al fin yo dije, no, voy a dejar quieto ahí —su postura se tensa un poco pero uno de sus labios se estira en señal de una media sonrisa— Yo sé que él está vivo, para mí él está vivo y yo sé que mi Dios me lo tiene que traer. 

 

Marta no salió a buscar más en las veredas, su marido y ella dejaron el trabajo como mayordomos, compraron una casa y tuvieron que seguir con su vida pues aún tenían que sacar adelante a sus otros dos hijos. Marta no salía a las calles pero eso no significaba que se diera por vencida.

 

***

 

17 de noviembre de 2009, son las siete de la mañana, el inicio del día es frío y lluvioso, Marta se encuentra sentada en el comedor, una taza de café olvidada sobre la mesa, en sus manos tiene el celular, en sus mejillas no paran de correr lágrimas y sus dedos no dejan de teclear: “hijo, ¿dónde estás? Te extraño mucho” acto seguido agrega una fotografía de Duban y le da publicar en Facebook. 

 

Es 17 de noviembre del 2009, sexto año que cumple cómo desaparecido Duban y así como años anteriores, Marta se encuentra publicando un mensaje para su hijo, la esperanza de que él lo vea y le escriba la llena de ilusión. Sin embargo, por más cumpleaños, días de la madre, conmemoraciones, día del hombre, navidades y años nuevos que ella publique, no recibe respuesta alguna. 

 

Una tristeza que solo una madre que perdió a su hijo puede sentir, invade el lugar, ella está mirando al techo y las lágrimas siguen corriendo, su hija coloca un brazo sobre sus hombros para consolarla y aunque es reconfortante, Marta no puede dejar de llorar. Sus mejillas y nariz se tornan en un color rojo, sus manos han dejado de jugar y en su lugar, cada uno de sus brazos está abrazando su pecho y aferrándose a su cuerpo.  

 

— Desde hace un año para acá yo no lo volví a hacer porque pues ahora tanta cosa que hay, vienen y se hacen pasar por él, lo extorsionan a uno… yo dije voy a dejar quieto, yo no vuelvo a hacer eso porque me da miedo, como no tengo fotos de él ahora que está grande pues cualquiera se puede hacer pasar por él y ese es el miedo que yo cargo.—Marta seca sus lágrimas y coge la mano pequeña de su nieta— para mi cumpleaños yo siempre esperaba, yo decía ojalá que mi hijito llegara y qué mejor regalo que ese, siempre he pensado eso. Y si no volví a publicar nada y dije se lo voy a dejar a mi Dios, en manos de él dejémoslo porque si Duban está vivo, él va a venir a buscarnos.

 

***

—Yo a ninguna hora he sentido que él esté muerto ni nada, para mí es que él se ha ido a trabajar lejos.

 

Marta puso una denuncia en la Fiscalía de El Tambo por desaparición, aunque le dijeron que la llamarían, diecisiete años después siguen sin tener respuesta y aunque no es claro qué pasó con su hijo, Marta ha mantenido viva la esperanza de volver a encontrarse con él. 

 

— Uno recocha, uno se ríe y todo pero nadie sabe cómo le duele el corazón a uno de no saber de un hijo, eso es muy tenaz, horrible, horrible. De no desearle ni al peor enemigo porque esa incertidumbre es horrible, Dios mío, o esperando alguna razón que alguien diga… pero es que ¿quién me va a decir? Si nadie sabe de él.   


 

La desaparición de Duban aún no está registrada en la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas, sin embargo, Marta inició en octubre de 2023 diálogos con Luz Mary, líder de la Fundación Emanuel y encargada de ayudar a las familias de víctimas del conflicto armado a encontrar información sobre sus familiares y gestionar otros tipos de ayudas.

 

— Yo le mandé fotos a ella y después de unos días, me dice que él está vivo. 

 

El tres de noviembre del 2023, Luz le cuenta a Marta que al parecer a su hijo lo reclutó un grupo armado y aunque Marta ya tenía la sospecha, la noticia la colocó ansiosa y feliz. Un hecho que preocupa a la familia pues la madre sufre de desmayos cuando recibe noticias fuertes. 

   

—En esa parte yo le doy mucho apoyo a ella— Andrea mira a su mamá y con una mirada de preocupación dice—hasta ahora le digo, mami cualquier cosa usted tiene que controlarse mucho, porque uno entiende que son muchos los años que no se ha sabido de él y me da miedo que de pronto él se aparezca, y pues no sé cómo vaya a reaccionar ella. 

 

Mientras su hija habla, Marta la mira, sus ojos ya no derraman lágrimas, su rostro ya no es rojo, ahora son sus manos las que se han puesto rosadas de lo apretadas que han estado durante la conversación. La mujer alisa su saco y cuando su hija termina de hablar, da un suspiro enorme, intenta guardar las pocas lágrimas que le quedan, sin embargo es imposible pues está a punto de decir algo que ha rondado en su cabeza pero ella prefiere evitar.

 

—Uno como familia prefiere ir y arriesgarse para saber si está muerto, está vivo, en esas zonas donde es muy riesgoso entrar pero igual, nosotras fuimos a los frentes en Huisitó y repartimos fotos y preguntamos pero nadie dijo nada, y lo único que uno quiere es que…

 

Su voz se quiebra por completo. 

 

—Si me dicen —su voz tiembla, baja la mirada— que Dios quiera que no sea así… que está muerto y está en tal parte… ahí también yo digo que uno tiene un descanso ¿cierto? Porque por lo menos ya uno se lo dejan traer, sacar y con las pruebas de ADN, una sabe que sí es su hijo— el llanto y la zozobra invaden la sala—  se lo dejaron traer, ya lo enterró, ya sabe que está ahí…pero hasta ahorita que uno no sabe nada, es más tenaz. 

 

Duban lleva veinte años sin regresar a su hogar, sin embargo su familia y en especial su madre, jamás perderán la esperanza, seguirán anhelando y esperando al día en que puedan volver a tenerlo en sus brazos. 


 

***
 

De: una madre que ansía volver a verte.

Para: el hijo que no ha encontrado el camino a casa.

 

Hijo, ya hace veinte años que te fuiste de casa, un diecisiete de noviembre del 2003; hijo espero que escuches este mensaje, comunicate conmigo, sabes que te quiero mucho, anhelo tu regreso pronto. Papi comunicate conmigo, apenas escuches el mensaje para que vengas acá. Tu familia te está esperando, especialmente yo que hace diecinueve años cumplidos que no sé nada de ti y dejaste un vacío enorme aquí en el corazón.  

Hijo por favor, comunicate con nosotros, usted sabe donde vive su abuelo, ellos te dirán donde estoy viviendo yo ahora, ya no estoy en fincas, estoy en un pueblo, entonces espero leas este mensaje y te comuniques con nosotros lo más pronto que puedas.

 Ya no quiero pasar un 17 de noviembre más sin ti y espero celebrar el próximo 27 de junio a tu lado. 

 

Te amo hijo y espero pronto tu regreso.

 

 

*M.R a quien por motivos de seguridad, llamaremos Marta.

Entre ausencias y recuerdos

Son muchas las familias campesinas que se han visto obligadas a pagar altas sumas de dinero a los grupos armados. Desde la sala de su casa, la familia Pascuas nos cuenta cómo su hijo desapareció por manos de la guerrilla que habitaba la zona por donde vivían.
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Matrimonio de Daniel Pascuas junto a su familia, 4 meses antes de su desaparición.

Eran aproximadamente las 3:15 de la tarde y yo llevaba buscando la casa de don Alberto durante un par de minutos, las nubes pintaban de color gris el cielo y en la piel se sentía un viento frío. En la entrada de la casa de la familia Pascuas, me recibe un hombre alto, aproximadamente de un metro ochenta, vestía de camisa roja, chaleco beige y un pantalón negro. 

 

— Puedes seguir, don Alberto está en la sala — Me dijo mientras me observaba detalladamente, analizando mi comportamiento o tal vez la vestimenta. 

 

Una vez ingresé a la casa debía de cruzar por un pasillo corto el cual me encaminaba a la sala principal. 

 

— Buenas tardes — Me saludó don Alberto mientras nos estrechamos las manos  — Siga, por aquí — Estiró su brazo en tanto me guiaba.  

 

A unos 5 pasos me encontré en una sala un poco más pequeña, en la mitad había un comedor de 6 puestos color marrón. Al fondo había un estante de madera y a sus lados había costales sobre un par de asientos, uno de ellos tenía arroz por lo que supuse que en los otros podría haber más granos, tal vez café o frijol. 

 

— Tome asiento — Me dijo don Alberto mientras él también se acomodaba.

 

En medio de una corta charla le hice saber cómo me había enterado de su historia y el porqué estaba en su hogar. Don Alberto asentía suavemente con su cabeza mientras le explicaba con detalle la intención de la entrevista.

 

— Bueno, señorita, ¿y solo empiezo a contar lo que pasó ese día? 

 

— Pues don Alberto, lo que desee contarme está bien. Estoy aquí porque quiero escucharlo. 

 

Don Alberto tomó un fuerte suspiro, volteó a ver a su esposa quien se encontraba sentada en la silla  a su mano derecha. Dio un recorrido con su mirada por la mitad de la sala, pensando o tal vez recordando e inició su relato. 

 

— Era un día más de trabajo, al igual que siempre la jornada iniciaba a las 4 de la mañana cuando los trabajadores empezaban a llegar. Mi esposa los recibía a cada uno con un tinto en la mano.  

 

—Buenas doña Esperanza, gracias por el tintico. — Le respondían uno a uno mientras se alistaban para iniciar con sus responsabilidades. 

 

— Ese día era sábado. Sí, sábado 2 de noviembre de 2019. En la zona yo era el campesino más reconocido, manejaba café, plátano, yuca, ganado, caña y pertenecía al comité de cafeteros del Bordo, estaba vigente trabajando en ese comité.

 

En mi finca y en tiempo de cosecha manejaba fácilmente 100 trabajadores durante 3 meses. En la zona yo también era el panelero más grande, sacando 3.500 panelas en cosecha. Quien dice, de la cosecha de la caña.  En café también cosechaba 3.500 arrobas de café, pues yo era el cafetero y el campesino del que todos se benefician de esa finca, hasta la mujer también criaba pollos, gallinas... nosotros vendíamos los quesos, ¿no? Todo... todo éramos nosotros. Yo contaba con 50 animales en ese tiempo… era una finca buena y productiva. 

 

Fuera de eso nosotros también, teníamos los carros para mover la cosecha, teníamos dos carros para bajar las cosas al Bordo. Además, teníamos mucho aguacate, todo eso lo teníamos en ese tiempo, pero como quien dice, la vida nos cambió drásticamente del cielo a la tierra. 

 

En la sala hubo un silencio instantáneo que fue llenado por el paso de algunos carros de la calle, un par de pitos e incluso se alcanzaba a percibir el bombeo de la manguera que llenaba la pecera ubicada en la sala principal.

 

Doña Esperanza cubría sus labios con su mano derecha en forma de puño, su  mirada se encontraba fija en la mesa del comedor mientras su pecho subía y bajaba en cada respiración. 

 

Don Alberto movía de manera inquieta el celular, lo sujetaba con sus dos manos. Alzando su mirada hacia la mía, continuó con el relato. 

 

—El día domingo, cuando encontramos el carro. Yo me fui para allá para conversar con la guerrilla, a preguntarles que si ellos habían sido, y que para que se habían llevado al hijo, si yo era de la zona. 

 

Ellos se negaron, pero yo les dije, “sé que son ustedes porque reconocí a uno de los que estuvieron en la finca y era de los suyos, de los Carlos Patiño”. Insistieron que era gente que sé les había volado y se les salía de las manos y como a los 4 días, a nuestra finca llegó una simcard para que nos comunicáramos con ellos  ¿verdad mija? — volteó a ver a doña Esperanza y con un gesto la señalo para que interviniera. 

 

Bajando las manos de su rostro y alzando la mirada hacia donde yo me encontraba doña Esperanza, agregó.

 

— Sí, eso fue a los cuatro días, porque ellos se llevaron a mi hijo el día sábado y el miércoles llegó esa carta con una simcard donde nos decían que ya no lo buscáramos más, que era un secuestro. 

 

— Sí, que era un secuestro y que teníamos que pagar 3.000 millones y nosotros no teníamos esa plata. — completó don Alberto mientras prendía la pantalla de su celular para observar la hora y luego apagarlo. 

 

De repente desde la sala principal se escucha al señor alto de camisa roja y chaleco llamar a doña Esperanza. 

 

— Se están muriendo los peces Esperanza. 

 

Don Alberto y yo nos quedamos mirando como doña Esperanza se levantaba a ver qué sucedía. 

 

— Bueno que le podemos hacer — dijo en tono tranquilo mientras que con una especie de colador trataba de mover a los peces para ver si reaccionaban. 

 

Don Alberto miraba fijamente lo que sucedía, mientras yo me preguntaba sobre la relación que podría tener el señor alto con camisa roja y chaleco, con don Alberto. Y es que durante el tiempo que llevábamos en la entrevista, el señor alto había salido hasta la puerta de la casa unas tres veces, se quedaba mirando la calle durante cortos minutos, cerraba la puerta y volvía a sentarse. 

 

Mientras doña Esperanza trataba de resolver lo que sucedía con sus mascotas, don Alberto hace un sonido con su garganta para llamar de nuevo la atención y así continuar con nuestro asunto. 

 

— Bueno don Alberto, continúe por favor, después de que le pidieron esa suma de dinero, ¿qué pasó?

 

— No pues yo no tenía esa cantidad así que en varias ocasiones tuve que subir personalmente a la finca para buscar al hijo. Un día yo subí hasta arriba hasta la Mesa-Patía a buscar a la guerrilla para que me diera cualquier razón, o me dijeran donde lo tenían.  Su respuesta siempre era que ellos no eran, que nos estaban colaborando y que se habían enterado de que lo tenía en Argelia, pero era mentira porque lo tenían era por los lados de la mina de Balboa.

 

Una vez más don Alberto se ve interrumpido, ahora por su esposa que regresando al comedor trataba de acomodarse en la silla con el menor ruido posible. Pero los dos, ya nos encontrábamos esperando a que terminará de sentarse, con un intercambio de miradas entre los tres, tal cual un mutuo acuerdo, don Alberto siguió. 

 

Daniel Alberto Pascuas González tenía tan solo 29 años de edad, llevaba 4 meses de casado, tenía un hijo y su esposa que además estaba en embarazo. Trabajaba junto a sus padres en la finca y desapareció el 2 de noviembre del 2019 en el sector de Alto Rios, en El Patía.

 

Según el último informe de la comisión de la verdad en Colombia, solo hasta el año 2000 se reconoció la desaparición forzada como un delito. Antes, era un crimen no reconocido y los casos denunciados eran considerados como secuestros u otros delitos.

 

Sin embargo, en la norma penal se promovió una narrativa en la cual se ubicaba como principal sujeto activo de esta violación a grupos armados ilegales, contrariamente a la experiencia internacional donde los responsables son agentes del Estado o particulares que actúan con su apoyo o aquiescencia.

 

— La vida en esas zonas es muy difícil, usted sabe que si se mete en una zona de conflicto, usted tiene que pagar. Por decir algo… si usted genera mucho, entonces la guerrilla le va a decir: 

 

—Bueno, ustedes me van a colaborar con tanto…

 

— Y es que eso se sabe, como campesinos sabemos cómo son las cosas, se sabe qué pasa aquí en Colombia y más que nada en el Cauca — manifestó don Alberto.

 

De protón un ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! se escucha en la puerta. El señor alto, de camisa roja y chaleco se pará y abre. 

 

Después de unos segundos se ve entrar a un señor de aproximadamente 40 años y una joven. 

 

— Buenas tardes — saludan al unísono, el señor se queda en la sala principal y la joven se acerca hasta donde doña Esperanza y le pasa una bolsa blanca. 

 

Doña Esperanza se levanta del comedor, se dirige a la cocina, toma una olla, la llena de agua, enciende la estufa y la pone al fuego. Una vez termina, regresa a su asiento. 

 

— ¿En qué íbamos? —me pregunta don Alberto, esperando a que yo lo oriente. 

 

— Nos comentaba lo difícil que es vivir en zonas donde hace presencia la guerrilla — Le respondí esperando que mi explicación le recordará lo que quería decirme.

 

 — Bueno, pues… Yo soy un hombre nacido en el Caquetá y esta no era la primera vez que nos pedían plata, o, que nos teníamos que enfrentar con una situación así. Desde el Caquetá compramos una finca aquí nomás en Alto Moreno. En esa finca primero me cogieron a mí, en ese tiempo, eran los paracos. Recuerdo que eran más o menos las 7 de la mañana cuando de un momento a otro me cogieron, yo les dije “yo sé que ustedes vienen es por plata, entonces díganme cómo es y cuadramos, ¿no?” 

 

Primero me pidieron 80 millones, yo les dije que 80 millones no tenía, ellos sabían que yo estaba por comprar una camioneta, porque ellos le hacen seguimiento a uno. Entonces les  acepté que tenía los 15 millones para comprar la camioneta del trabajo. Así que me pidieron 25 millones. 

 

Entonces tuve que llamar a la mujer para que subiera con la plata, pero como solo teníamos los 15 millones, el resto nos tocó pedirlo prestado. Y como a eso de las 11:00 o 12:00 del medio día ella subió el dinero y me dejaron libre. 

 

Al año completo la cogieron a ella y nos pidieron 10 millones más y fue por eso que decidimos vender esas tierras e irnos para otra parte. Ahí fue cuando compramos allá arriba en Alto Rios donde sucedió todo.

 

Aunque uno sabe que en esas zonas en cualquier momento le pueden pedir dinero, uno nunca espera que le vayan a matar ni nada. En esa ocasión con el hijo, cuando se lo llevaron, la cantidad de dinero que nos pedían era muy grande y no lo teníamos. 

 

— ¡Jmmm! — se quejó doña esperanza en tanto acentuaba con la cabeza, haciendo un gesto de afirmación frente a los comentarios de su esposo. 

 

El lugar vuelve a quedar en silencio, de repente, observó que el señor alto, de camisa roja y chaleco se acerca a una bicicleta estática, de esas de ejercicio que estaba en la sala principal, se sube y empieza a pedalear. 

 

— Él es mi guardaespaldas — me afirma don Alberto al darse cuenta que yo lo estaba observando.  

 

En ese momento entendí el por qué él me había recibido en la puerta de la casa, porque se tomaba el tiempo de observar lo que llevaba conmigo e incluso el porque en varias ocasiones se asomaba a la puerta de manera repentina. 

 

— ¿Cuánto tiempo lleva con guardaespaldas don Alberto? 

 

— Más de tres años. Tengo dos y cada que yo los necesite, ellos tienen que venir… y como le venía comentando… —  Expresó de manera directa queriendo volver al relato. 

 

— Por favor, continúe. 

 

—En este momento yo estoy como reclamante de tierras, pero ni el gobierno ni la Fiscalía me han solucionado. Son cuatro años que llevamos haciendo papeles, ahí tengo un bulto de documentos. 

 

En ese entonces tenía en total tres predios, recién había comprado el tercero, e íbamos a invertir, pero sucedió lo del hijo. Hoy en día me reconocieron dos predios porque tenían escrituras y tiempo dedicado al cultivo. A uno le sembré caña y al otro aguacate, con un potrero. 

 

Pero, aunque me los reconocieron no me han hecho la entrega, me dicen que como la zona por donde está la finca es zona roja, el perito hasta allá no va. Y aunque yo les dije que me encargaba de pagar la toma de medidas para que me entreguen de nuevo mis predios, a ellos así no les sirve y ahí estoy a la espera, por parte del gobierno no nos han ayudado como se debe. 

 

Repentinamente doña Esperanza se levanta haciendo un movimiento algo brusco con sus manos, recuerda que en la estufa había puesto la olla. 

 

Don Alberto coge de nuevo el celular, está vez no solo mira la hora, sino que empieza a usarlo; mientras tanto yo solo lo observaba de manera callada; con su forma de actuar, hace que sienta por un par de segundos como si yo no estuviera ahí. Doña Esperanza se acerca con un plato, dos pandebonos y un vaso con café y me los entrega. 

 

— Muchas gracias doña Esperanza, muy amable. 

 

Mientras me dispongo a tomar el café don Alberto acerca su celular y me muestra un par de videos de la casa de la finca, en el vídeo se observa las salas, las cocinas, los baños y las piezas. Pero, todo completamente vacío. 

 

— ¿Es grande! — le comenté de manera sorpresiva. 

 

— ¡Claro! para 100 trabajadores — afirmó con una leve sonrisa. 

 

Como dueño de estas tierras y campesino trabajador, le pido a la fiscalía que haga los proceso más rápido, uno se pone a ver y ellos no deberían de demorarlo tanto, que hagan la investigación de que si uno es propietario o no y envíen el perito a la zona. Pero han hecho muchas investigaciones y a cada rato nos preguntan lo mismo y lo mismo pero no nos resuelven nada. 

 

Además de todo, a mi hijo Daniel no lo quieren reconocer como víctima del conflicto armado. ¿No es cierto mija?

 

— ¡Mmjmm! — responde doña Esperanza — es que todo pasó muy rápido y tal vez no tuvimos la precaución de poder denunciarlo como desaparecido. Aunque en la fiscalía saben que estuvo desaparecido, porque les contamos cómo pasaron las cosas de ese día y de cómo se lo llevaron. 

 

Hace 3 años que nosotros no vamos por allá, ¿y para qué, no? uno como víctima que se va a agarrar a ir al lugar donde tanto daño le hicieron. 

 

— Así como dice Esperanza, la casa de la finca está completamente vacía y a lo mejor la tendrá la misma guerrilla, o ¿quién sabe? En este momento estoy a la espera de que me ayuden o que por lo menos pueda hacer una negociación con el gobierno, para que las tierras se las den a familias que también han sido víctimas. Pero, no sabemos cuándo pasará…

 

¿Usted qué opina? Me pregunta de manera directa, y alzando sus cejas le da paso a mi respuesta. 

 

—  Sin palabras don Alberto, la injusticia a la que se deben de enfrentar las familias campesinas en este país es una realidad muy dura de escuchar. 

 

—  Pues sí señorita. No les bastó con un hijo, ni nuestro terreno, hoy en día también hemos perdido parte de nuestra libertad, pues cada que quiero salir debo de estar rodeado por guardaespaldas.

 

Un último silencio se volvió a apropiar de nuestro diálogo, pero está vez se sentía una intención por parte de don Alberto para terminar nuestro encuentro. 

 

— Bueno don Alberto, hay algo más que me quiera decir. 

 

— Pues señorita, sería importante que quede claro que nosotros los campesinos estamos olvidados por el estado, porque todo lo que teníamos era legal. Por esos sectores sí existen espacios donde hay cultivos ilícitos, pero todo lo que cultivamos en la finca era aprobado por las entidades encargadas, hoy ya perdimos mucho y no solo mi familia; sino todos los trabajadores que también se beneficiaban del cultivo de nuestras tierras. 

 

Levantándome lentamente les agradecí a don Alberto y doña Esperanza por haberme abierto las puertas de su casa, con un estrechón de manos dábamos por concluido nuestro encuentro esperando pronto volver a encontrarnos, tal vez de manera presencial, con algún nuevo propósito, en un nuevo contexto, o, ¿por qué no? Por medio de la lectura de este texto, que en su debido momento nos permitirá recordar el lamentable caso por en el que nos encontramos.

¿En dónde está la ayuda?
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La guerra no es un juego para niños

Diana y Daniela, eran dos niñas del municipio de Caldono, Cauca. Quienes desde muy temprana edad formaron una hermosa amistad. Sin embargo, las dificultades de un contexto lleno de violencia, armas y combates, obligaría a una de ellas a quedarse en el monte.

En el vasto mar de recuerdos que tienen los seres humanos, siempre hay unos que marcan más que otros. La primera palabra, el primer día de clase, el mudarse o incluso el primer beso, son recuerdos que las personas generalmente atesoran; sin embargo, Daniela recuerda como el conflicto armado no solo la arrancó de su familia biológica, sino también el cómo le quitó a la que por siempre llamará: mejor amiga.  Para Daniela, en su memoria siempre se guardará y atesorará el recuerdo de Diana, la tierna, dulce, alegre y sonriente niña que poco a poco fue perdiendo su brillo.

Nosotras no vivíamos en el pueblo, vivíamos por la vereda 20 de Julio, que queda como a media hora de Caldono. Diana y yo éramos amigas desde pequeñas, inseparables, ella vivía en una huecada, entonces yo siempre esperaba a que ella subiera esa huecada y así nos encontrábamos en una especie de Y, para ir al colegio.

Recuerdo que teníamos 10 o 9 años, yo era mayor por un año, y los niños en la escuela eran malos, a mi me decian bandolerita, guerrillerita y otros apodos; a Diana la molestaban por su aspecto, ella iba desorganizada, pero era porque su mamá no la cuidaba bien, era una porqueria de madre. El caso es que nosotras no nos dejabamos y nuestra situación era muy similar, así que reamigas pues.

Tanto Daniela como Diana crecieron en medio del conflicto armado, pero sus días se veían atravesados por cortos momentos de felicidad pues en los momentos de descanso, las niñas salían a buscar guamas, moras y frambuesas en el cafetal, o miraban si los pájaros habían puesto nido en los palos de café. Lastimosamente, aquellos momentos no eran eternos y cada que el colegio llegaba a su fin, las niñas debían ir a sus casas, lugares que en vez de ser sus hogares eran espacios de explotación, malos tratos y para Diana, sufrimiento. 

A su corta edad, ya sabía hacer todos los quehaceres del hogar, cada que su madre se iba, ella debía barrer, trapiar, cocinar y lavar la ropa. Daniela recuerda que su amiga a partir de los 7 años comenzó a trabajar en el campo, pues era obligada a acompañar a su padre, y tenía que saber cosas como agarrar una pala, machetear, abonar y despulpar. 

Los padres de Diana tenían una finca cafetera, su madre crió a un sobrino que tenía la misma edad que nosotras. Mientras que a Diana le tocaba despulpar toda una cosecha a mano, a él le conectaban el dinamo; entonces ella era como que ¿en serio?

O por ejemplo, él podía ir a la cancha a ver jugar, porque en el campo es muy común que la gente salga a jugar en las canchas y todo el mundo sale así sea a sentarse,  y  ella no podía ir, le decían:

No, para usted poder salir, tiene que despulpar.

Pero no era un poquito, ¡era un poco! Y aunque ella preguntara si podía conectar el dinamo, le decían que no, porque se gastaba mucha energía. 


Yo tuve una vida difícil, me tocaba duro pero cuando una de mis hermanas consiguió marido, me llevaba a su casa,  y a mí me gustaba estar mucho allá. Al igual que en mi casa, me tocaba levantarme a trabajar, pero, ahí sí tenía derecho a ver televisión, recuerdo que en ese tiempo veía bananas en pijama, que las transmitían súper temprano, también veía los cuentos de los hermanos Grimm…y así, pero Diana no corría con la misma suerte, ella sí o sí tenía que quedarse en su casa.

***

En su niñez aguantaban el vigoroso calor de la tierra, o el áspero frío del suelo en sus pies descalzos debido a la falta de calzado. Daniela no olvida que era la guerrilla la que llevaba a la zona juguetes, ropa, zapatos, comida, sobre todo en los meses de diciembre. En la vereda 20 Julio estaba presente el sexto Frente de las FARC, y Daniela recuerda que ellos solo pasaban patrullando o pidiendo agua. Incluso algunas veces, pasaban en los camiones regalando bultos de maíz, con los que podían preparar arepas, sopas, masas y otros derivados.

Desde que Daniela tiene memoria, recuerda la presencia de la guerrilla en el sector donde ella y Diana vivían, la insurgencia llenó el vacío y las necesidades que el Gobierno y el Ejército no se preocuparon por suplir en el municipio. Además, ellas nunca los vieron siendo groseros o maltratando a algún civil.  

Sin embargo, la percepción sobre los militares que llegaban a patrullar en el territorio era muy distinta, pues en varias ocasiones las niñas presenciaron actos agresivos por parte de los soldados hacia los caldoneños. Según Daniela, debido a lo estigmatizada que estaba la zona, el Ejército creía que todas las personas que vivían en Caldono eran guerrilleros y por eso llegaban a chocar con la comunidad. 

En varias ocasiones observaron cómo los soldados se aprovechaban de su autoridad y físicamente maltrataban a los campesinos de la vereda, quienes solo pasaban rumbo a sus casas después de un arduo día de trabajo. Por el simple hecho de verlos en botas, los consideraban guerrilleros, los tiraban al suelo y pisoteaban sus cabezas. 

Pero irónica y tristemente, cuando pasaba una persona que sí pertenecía a las FARC, solo que disfrazado de campesino, e incluso mejor vestido y montando a caballo; los soldados lo saludaban de una buena manera. En varias ocasiones Diana y Daniela escucharon como los militares les preguntaban a estos “campesinos” si habían visto algo inusual, a lo que los otros respondían que todo estaba tranquilo.

Entonces esa era la realidad con la que uno vivía, que está totalmente distorsionada, veíamos a la guerrilla como buenos y al Ejército como malo. En medio de la ignorancia y en medio del proceso político indígena, el discurso se confunde, porque hay una resistencia por parte de nosotros como indígenas ante el Estado, y por parte de la guerrilla había un discurso que se podía camuflar. 

Y eso también hacía que se permeara de alguna manera, la forma en la que a uno lo criaban y uno empezaba a decir: la guerrilla tiene razón, estamos mal porque los de arriba roban, estamos mal porque los ricos son malos y los únicos que somos buenos, somos nosotros los pobres. Entonces uno vivía como en esa realidad. 

Una realidad que solo algunos conocen, una realidad que está en boca de todos pero una realidad que a fin de cuentas, sólo azota directamente a aquellos que viven en los municipios que solo son nombrados cuando se habla de conflicto armado, tanto así que desde que llegó la guerra a Caldono, los habitantes debieron aceptar con el tiempo las tomas y enfrentamientos de la guerrilla y el Ejército, como una rutina en su día a día.

***

Recuerdo que estaba sentada en el comedor, comiendo una sopa de maíz, ya todos habían terminado y yo seguía ahí, jugando mientras comía. Eran aproximadamente las dos de la tarde, cuando escuche un silbido, uno muy conocido, entonces salí corriendo para el jardín, esa cuchara quedó volando de lo rápido que iba, y claro, yo que llego al jardín y escucho el ¡pum! 

Al igual que Daniela, los vecinos de la vereda también habían salido de sus casas a ver en donde sonaban los tatucos. Todos se iban reuniendo en el alambrado que separaba la carretera de los cafetales, olvidaban que era hora de ir a trabajar, arreglar la casa o ir a estudiar. Cada persona presente, observaba como a lo lejos se escuchaban los silbidos de los morteros, los tatucos y las balas al ser disparadas. 

Diana bajó al rato, yo seguía en el jardín mirando, todos estábamos ahí porque desde lejos aunque suene mal, era como ver un espectáculo. 

Las dos niñas se encontraban sentadas sobre la hierba, miraban atentamente en donde caían los tatucos. En medio de la inocencia, apostaban por quien acertaba más, ¿en qué lugar caerá el siguiente?, el asombro no esperaba y gritaban o reían cuando la una ganaba y la otra perdía.   

El pueblo de Caldono quedó una vez más convertido en campo de batalla y no solo las niñas, sino todas las personas de las veredas, desde el más joven al más viejo, observaban como personas a pie y en carro salían con sus cosas huyendo del pueblo. 

— ¡Ahí! — Señala Diana. 

— No, yo digo que más arriba — le responde con una sonrisa Daniela. 

—¡Wow!— al unísono. 

Un resplandor atrapa la atención de las niñas, miles de vidrios estallan y mientras esos pedazos volaban, atrapaban y reflejaban la luz de los últimos rayos de sol, creando así una esfera de colores en el cielo. Mientras las niñas y las otras personas observaban, el Banco Agrario del pueblo estallaba.  

No importaba la hora en la que se diera la toma, todos salíamos a verla, en algunas ocasiones iniciaba desde las 6 de la mañana, y cada uno salía, se sentaba y empezaba a ver lo que sucedía,  parabamos un momento a desayunar, a almorzar o tomarno un tinto y luego continuabamos observando, a veces se llegaba la noche y la toma apenas empezaba a calmarse pero uno seguía ahí.

Ahora sí, mientras eso se estaba dando, uno era feliz mirando pero al otro día uno ya caía en la realidad y al ir al pueblo, daba mucha tristeza, porque el pueblo quedaba horrible: las casas llenas de balas, el parque estaba destrozado, las bancas estaban caídas, era ver a la gente llorando porque perdían sus puesticos de comida y daba dolor, pero al mismo tiempo ya era tan normal que la guerrilla se tomará Caldono, que uno ya no era como de que: ¡Ay, qué miedo! o ¡qué susto!, sino de: son cosas que pasan. 

Sin embargo, los combates no solo se daban en el pueblo, cuando se movían los enfrentamientos a las veredas todo cambiaba.

***

Era una mañana de estudio mientras los segundos pasaban y el calor interrumpía la concentración de los estudiantes. ¡Ring riiiing!, el sonido del timbre en el patio de la escuela empieza a sonar avisando que inicia el tiempo de recreo; inmediatamente, todos los estudiantes salen corriendo de sus salones, algunos salen a comer, correr o al baño. Daniela y Diana salen a jugar con sus compañeros “bandoleros y policías” uno de sus juegos favoritos.  

— ¿Quién quiere ser bandolero? —pregunta Daniela emocionada por ver en qué grupo le tocaba. 

— ¡Yoooo! — contestaron todos al mismo tiempo mientras discutían, pues nadie quería ser policía, todos sabían que en el juego siempre terminaban ganando los que eran bandoleros. 

De repente, se empieza a ver la tierra saltar, no tan lejos de la escuela se escucha el silbido de unas balas y la rafaga de un par de metralletas, el juego ya no importa, pues todos quedan inmóviles por unos segundos; de repente, un helicóptero sale de en medio de los árboles a un par de metros de la escuela.

Nos tocó combates estando en el colegio, de regreso del colegio, de camino al colegio, pero pues ya uno sabía que si te agarraban de camino al colegio, tenías que buscar una alcantarilla y meterte en la alcantarilla, que si vos eras grande y delante tuyo, allá ha pasado algo y es que primero soltaban al colegio, para que los del colegio recogieran a los de las escuelas y se los fueran trayendo por si llegaba a pasar algo. Entonces uno cogía a todos esos peladitos, y ¡pum!, para la alcantarilla, hubiera culebras o lo que sea a uno se le olvidaba, era meterlos ahí en medio de la alcantarilla para que quedaran por debajo de la carretera, para protegerlos.

Los estudiantes grandes se tiraban lo más cerca que pudieran de las cunetas y ahí tenían que esperar hasta que el combate se terminará o cesará por unos minutos, para salir corriendo hacia sus casas o al “búnker”, como le decían Daniela y Diana a la casa de Arcadio, el abuelo  de Daniela quien tenía la única casa de la vereda que no era de bahareque.

Así, entre guerrilla, combates y tatucos, Daniela y Diana crecieron; y al igual que ellas, muchos otros niños y niñas. Un contexto que no los protege, pues los reclutamientos ilícitos están muy presentes en el sector, según la declaración del rector del colegio Madre Laura, Alberto Silva para El Espectador, “los armados les mostraban plata, motos y lujos a los jóvenes”,  pero no era lo único, algunos niñas y niños veían el irse con grupos guerrilleros para encontrar un escape, puesto que en sus casas la vida no era nada fácil para ellos. 

En su informe con corte del 11 de noviembre de 2022, la unidad de búsqueda de personas dadas por desaparecidas registró 8 casos de reclutamiento ilícito de menores, en el municipio de Caldono entre los años 1948 - 2016. No obstante, este registro no necesariamente refleja la realidad del municipio pues las cifras vienen principalmente de denuncias que para la época no solamente era difícil que los caldoneños realizarán, sino que las familias de las víctimas ven el silencio como una alternativa para resguardar su vida. 

El impacto del reclutamiento infantil se ve mejor reflejado en cifras nacionales, en un ejercicio de estimación de los hechos, la Sala de Reconocimiento de Verdad y Responsabilidad y de Determinación de los Hechos y Conductas, SRVR estima que aproximadamente 23.800 niños y niñas fueron reclutados, durante el periodo de 1996 - 2016, niños y niñas que como Diana no solo tuvieron que vivir con la guerra, la guerra se convirtió en su mejor opción.

***

En el 2005, Daniela y Diana tenían trece y doce años, la situación en el hogar de Diana era crítica, el maltrato, el abuso y otros factores la llevaron a tomar la decisión de enlistarse en las filas de la milicia.

La gente piensa que uno dice “me voy para la guerrilla” y te vas, pero no. Para vos llegar a la guerrilla, primero te investigan, no se llevan a cualquiera, a menos que sea para cobrar algo, una venganza o algo así, primero te investigan, primero pasas por la milicia que es en dónde te ponen a hacer tareas; en ese tiempo por la modalidad en la que se daba el conflicto armado, era muy común usar a niños y niñas para tener información, para pasar armas, para moverse. 

Entonces Diana se va a la milicia y allá hacía trabajos para la guerrilla, que conseguir números, ubicaciones, que donde están los cambuches, todo ese tipo de información ella lo recogía y lo pasaba. Diana me contó que ella se sentía importante y valorada porque le decían: “ay, no, es que lo que usted hace es fundamental y sin usted no habríamos podido llevar a cabo nuestras misiones”.  

Venir de un contexto donde en su hogar no recibe ninguna clase de amor o apoyo alguno, hizo que Diana se viera cautivada por las posibilidades que le ofrecía la guerrilla. Diana comenzó a faltar al colegio y así transcurrieron dos años, cada vez más dejó de llegar al aula de clase, de encontrarse con daniela en la Y, incluso dejó de subir la huecada.

El 2007, fue horrible en Caldono. No había paz, era, te levantabas combate, te acostabas combate, ibas al colegio combate, o sea, todo el tiempo. Eso desgasta y se vuelve abrumador y es ahí donde uno toma decisiones sin pensar bien. 

Para ese tiempo Diana ya entraba y salía, ella se fue con el tema de los Quintín Lame, pero a la hora todo llegaba a Las Farc. Entonces ella ya tenía entrenamiento militar, ya había estado en campos de entrenamiento, como ella ya entraba y salía, la vestimenta de ella cambió, pasó a usar totalmente ropa oscura, botas, a andar mucho más en la noche y esa chispa que la caracterizaba, hace mucho la había perdido.

Diana perdía muchas clases. A veces yo me quedaba parada esperando que saliera de la huecada para encontrarnos en la Y, pero ella no salía. Cuando ella no salía o se demoraba dos o tres días en ir al colegio, yo sabía que era porque estaba por allá en algún campamento recibiendo entrenamiento.

Y me dolía porque a pesar de que yo le peleaba y le decía que se saliera de eso, que yo ya estaba mayor y nos podíamos ir a vivir a Cali y buscar una nueva vida, ella no podía, estaba llena de dolor, rencor y odio; por más que le lloraba, ella no pudo salir y claro, a su alrededor no había nadie más quien le diera aliento, ella estaba sola y ese odio la consumió. 

***

La vida se encargó de separar a Daniela y Diana. Mientras que la primera recibió un apoyo por parte de personas externas a su familia, quienes la impulsaron a salir del pueblo, a trabajar y estudiar, a no permitir que el conflicto armado la derrumbara; a la segunda, la idea de ser reconocida y valorada le arrancó la esperanza.

 

Yo siempre soñé con estudiar en una universidad, porque tuve una profesora de matemáticas que había estudiado en una universidad. Ella nos decía que independientemente de todo lo que nos estaba pasando ahí, podíamos hacer grandes cosas.

Yo estoy muy agradecida con los otros profesores del colegio que se dedicaron más a cuidarnos, que no nos fuéramos para el monte, de que no nos mataran, que a enseñarnos. Pero esta profesora en particular llegó, nos cuidó y nos dijo: “no por el hecho de que usted aquí camine una hora, me va a venir a decir aquí que va a llegar cansado a mi clase”, también nos decía: “no, pues entonces vengase media hora antes y llegue y descanse”. Ella era así y eso nos dio carácter. 

A Diana fue el contexto que la aplastó, ella no tuvo dos voces de aliento como yo las tuve para decirle que podía ser algo diferente. Ella comenzó a dejarse llevar y ya se fue, no la volví a ver más. Pasó la prueba, la recogieron y se la llevaron para el Patía y yo sé que ella no se quería ir, en el fondo ella quería hacer muchas otras cosas pero las condiciones… las condiciones tan miserables en las que vivía la obligaron a actuar.
 

Siete años después, Daniela seguía buscando a Diana, cada que tenía la oportunidad e iba al pueblo preguntaba a los mismos vecinos o conocidos sobre si sabían donde la tenían los guerrilleros o donde la habían puesto a trabajar; sin embargo, nadie sabía de Diana. 

Con todo el tema del proceso de paz en 2014, Daniela esperaba reencontrarse con su mejor amiga, tenía el sueño de que al reencontrarse vivirían juntas, Diana estudiaría y mientras tanto Daniela iba a trabajar para ayudarla, Daniela tenía mil sueños al lado de Diana. 

Un día mientras Daniela llegaba de un largo día de trabajo, recibió un mensaje a través de Messenger de parte de una persona del pueblo. 

— ¿Supiste algo de Diana?— era el mensaje de Julián, un primo de Diana que vivía en Caldono. 

— No, ¿Qué pasó?—Daniela recuerda que su corazón latía a mil por hora, ya presentía la respuesta que iba a recibir— La mataron ¿cierto?

—  Sí, ella quedó en el bombardeo de ahí, arriba de Pitayó.

Daniela se queda con todos aquellos juegos que acostumbraban hacerlas reír por largos minutos y que hoy son solo buenos recuerdos. Pues, sin saberlo, la misma vida que se encargó de juntarlas para que atravesaran una realidad injusta, se encargó de separarlas, tristemente, para siempre. 

Diana murió en el año 2014 entre los municipios de Caldono y Silvia, Cauca. Ella se fue con la guerrilla para hacer un curso de enfermería, pues desde niñas mientras compartían aquellos sueños que querían alcanzar, Diana le confesó a su mejor amiga que quería ser doctora. 

Diana está enterrada en Cali, pero yo no he ido a verla, no puedo. Prefiero quedarme con los últimos momentos que vivimos juntas, cuando estábamos en el colegio, el que bailábamos danzas y como nos gustaba mucho, nos quedabamos hasta tarde practicando, quiero recordarla cuando nos metiamos a robar naranjas, guamas… quiero recordarla como esa niña feliz que me esperaba para irnos jugando y riendo al colegio.

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